En 1972, sin video ni juegos ni laptop. ¿Aburrido? ¡¡No!! Para eso estaba la radio. “Al Mil Por Mil” se emitía en Radio Juventud sobre la medianoche. Al principio eran José María Pallardó, Rafael Turia y Juan Comellas, a los que se uniría Jordi Estadella con su interpretación de Tito B. Diagonal. Era un programa largo, entretenido –didáctico, divertido- y que marcó a toda una generación de jóvenes catalanes. Recuerdo que tenían un concurso donde te dejaban escuchar solo la primera vuelta de un single –poco más de un segundo de reloj-, después abrían líneas telefónicas y regalaban unos cuantos discos a quien adivinase el intérprete.
Mis recuerdos de “Al Mil Por Mil” son innumerables y variados –incluso en mi convalecencia lo parodiábamos con dos colegas más grabando en casa- pero sobre todo recuerdo la primera vez que escuché una entrada de rock & roll –one, two, three, four- en una canción acústica, con la voz atrapada en el ambiente de madrugada, entre la abulia y el alcohol, que además adornaba su estilo intimista con un wah wah llorón. Se llamaba “Crazy Mama” y su autor J.J.Cale. Hacerme con el álbum “Naturally” (Shelter 1971) y descubrir un nuevo mundo fue todo uno. Para un chaval que en 1972 ondeaba sus greñas al viento al son del blues blanco británico –Taste, Ten Years After, Savoy Brown-, el disco implicaba la tremenda sacudida de la verdad: el blues no edificaba su contundencia en los decibelios ni en las habilidades de Alvin Lee o Rory Gallagher interpretando solos interminables desde las islas. Se podía ser igual de efectivo –yo diría que más- desde el recato acústico. Porque el one two three four más espectacular que conozco –más allá de los directos del Springsteen- es el que abre este disco en su primera cara tras un repiqueteo percusivo suave, el de “Call Me The Breeze”, cuando entran unas guitarras acústicas de apoyo para que la solista eléctrica –fina, directa, punzante, escurridiza- proponga un sonido hipnótico y limpio, triste aunque sereno como la soledad del entorno rural del que procede. Jamás había escuchado algo tan claro y –como su nombre indica- natural, tan aparentemente dejado como en realidad emocionante. “Call Me The Breeze” es el viento que erosiona el desfiladero, patrimonio de espacios y paisajes de los que la ciudad jamás podrá disfrutar; es la rebelión de los silenciosos, la voz de la modestia cuyo susurro llega más que todo el resto del rock & roll junto.
A “Call Me The Breeze” le sigue “Call The Doctor”, con sus vientos lentos desde las escobillas cual remedio de primeros auxilios en medio de la noche y de la nada, con su sección de viento penetrando a modo de ungüento hasta el filo de la madrugada, cuando las heridas deben decidir si curar o matar. Y después llegan “Don´t Go To Strangers”, “Magnolia” y “Clyde”. Curando, por supuesto. Y “After Midnight”, que un año antes pilló Eric Clapton de una demo de cale de 1966. Un inciso: Clapton le debe absolutamente todo lo que consiguió después de “Layla” a J.J.Cale. Le copió la voz. Le copió el estilo. Incluso triunfó con más versiones suyas (“Cocaine”). Era un muerto viviente en 1972 y una estrella resucitada en 1975, y de no haber sido por J.J, que contó con la colaboración de Carl Radle –además de Leon Russell y gente de Muscle Shoals como Norbert Putnam y David Briggs-, el bajista de Derek & The Dominos –como Cale también de Tulsa, Oklahoma- que puso sobre aviso al mítico guitarrista acerca de las bondades de su estilo –Clapton le ha devuelto el favor, a saber si como desagravio o por admiración, en el disco conjunto “The Road To Escondido” (Reprise 2006)-, jamás hubiera levantado cabeza. Como tampoco hubieran existido Dire Straits, cuyo “Sultans Of Swing” es una copia englobando las virtudes básicas de Cale. Escucho la guitarra y la voz de Mark Knopfler y es como si escuchase a un discípulo aplicado. Pero incluso años después, cuando caí atrapado por la magia de “Transfiguration Of Vincent” (Merge/Matador 2003) de M.Ward, detecté ese mismo intimismo de provincias único, que te arrulla y te consuela.